Cuando los ejércitos aliados entraron en los campos de concentración nazis en 1945, el mundo entero se horrorizó.
Las imágenes de cadáveres apilados, hornos crematorios y experimentos humanos estremecieron incluso a quienes habían defendido teorías de “mejoramiento racial”.
La palabra eugenesia se convirtió, de pronto, en sinónimo de barbarie.
Sin embargo, el fin del nazismo no significó el fin del pensamiento eugenésico.
En Estados Unidos, donde el movimiento había nacido como ciencia legítima, las mismas instituciones y muchos de los mismos científicos continuaron trabajando, simplemente cambiando el nombre de su disciplina.
El racismo científico se adaptó, se volvió más discreto, más “técnico”, pero siguió moldeando políticas de salud, educación y justicia durante décadas.
El silencio incómodo de la posguerra
Después de 1945, el mundo quiso olvidar.
Los juicios de Núremberg expusieron los crímenes médicos del Tercer Reich: esterilizaciones masivas, experimentos con gemelos, pruebas sin anestesia, asesinatos disfrazados de estudios científicos.
Muchos de esos médicos, como Josef Mengele o Karl Brandt, se justificaron diciendo que solo habían seguido métodos aprendidos en Estados Unidos.
Y no mentían del todo.
La comunidad científica estadounidense reaccionó con un silencio selectivo.
Las instituciones que habían promovido la eugenesia durante décadas —como la Carnegie Institution o la Rockefeller Foundation— retiraron discretamente sus publicaciones, cambiaron nombres de departamentos y eliminaron referencias públicas al término eugenics.
En lugar de hablar de “mejorar la raza”, empezaron a usar expresiones nuevas:
- “herencia genética”
- “salud pública”
- “planificación familiar”
Pero los fundamentos seguían siendo los mismos: controlar quién debía reproducirse y quién no.
La continuidad disfrazada de ciencia
En los años 1950, muchos eugenistas pasaron sin dificultad al campo de la genética médica, un área en expansión tras el descubrimiento del ADN.
El genetista Charles Davenport, uno de los fundadores del movimiento eugenésico, fue recordado como pionero de la biología moderna.
Sus archivos en Cold Spring Harbor se conservaron, y el discurso se reformuló.
La nueva narrativa era aparentemente inofensiva: identificar enfermedades hereditarias, prevenir discapacidades, promover embarazos “sanos”.
Sin embargo, en el fondo persistía la misma jerarquía moral entre vidas valiosas y vidas indeseables.
El propio Eugenics Record Office fue rebautizado como Genetics Department, pero su personal y objetivos apenas cambiaron.
Los programas de esterilización continuaron, especialmente entre mujeres pobres y minorías raciales, aunque ya sin el nombre que las hacía políticamente incómodas.
Las víctimas invisibles: esterilización en la segunda mitad del siglo XX
Entre 1945 y 1975, decenas de miles de personas fueron esterilizadas en Estados Unidos bajo programas estatales o federales.
🔹 Mujeres negras y latinas
En los años 1960, la llamada “planificación familiar” se enfocó en las comunidades afroamericanas y latinas.
Políticos y médicos justificaban la práctica con argumentos económicos: “controlar la pobreza”.
En realidad, se trataba de controlar a los pobres.

Un informe del Congreso en 1976 reveló que el Servicio de Salud Indígena (IHS) había esterilizado entre 25 % y 50 % de las mujeres nativas sin consentimiento.
En Puerto Rico, más del 33 % de las mujeres en edad fértil fue esterilizada en nombre del progreso.
En California, los hospitales públicos esterilizaron a mujeres mexicanas después del parto, alegando falsamente que habían autorizado el procedimiento.
El caso Madrigal v. Quilligan (1978) documentó los abusos cometidos en el Hospital del Condado de Los Ángeles.
Las demandantes perdieron el juicio, pero el escándalo forzó reformas legales.
🔹 Personas con discapacidad
Las leyes de esterilización basadas en Buck v. Bell nunca fueron revocadas oficialmente.
Hasta bien entrados los años 1980, varios estados continuaban aplicándolas a personas con discapacidad intelectual o mental.
En Carolina del Norte, el programa estatal siguió vigente hasta 1977, y las últimas víctimas fueron compensadas recién en 2013.
La ciencia del prejuicio: psicología, IQ y genética social
Tras la guerra, la “biología de la raza” perdió prestigio, pero el racismo científico sobrevivió en nuevas disciplinas, especialmente en la psicología y la sociología.
🔹 Las pruebas de inteligencia (IQ)
El psicólogo Lewis Terman, creador de la versión estadounidense del test de inteligencia Stanford–Binet, sostenía que el nivel intelectual dependía del origen racial.
Aunque sus afirmaciones fueron desacreditadas, sus pruebas siguieron usándose durante décadas en escuelas y fuerzas armadas.
Los resultados justificaban la idea de que los afroamericanos y latinos eran menos inteligentes por naturaleza, perpetuando la segregación educativa.
🔹 Sociobiología y herencia del comportamiento
En los años 1970, con el auge de la biología evolutiva, algunos científicos retomaron conceptos eugenésicos bajo el nombre de sociobiología.
El argumento era que los comportamientos sociales —como la agresividad o la criminalidad— tenían base genética.
Esa idea sirvió para atribuir problemas sociales a la biología en lugar de a la pobreza o la discriminación.
Libros como The Bell Curve (1994), de Charles Murray y Richard Herrnstein, retomaron la noción de que la inteligencia y el éxito económico estaban determinados por los genes, reavivando una versión moderna del determinismo racial.

El experimento de Tuskegee: racismo disfrazado de investigación
Uno de los episodios más infames del racismo científico en el siglo XX fue el Estudio de Sífilis de Tuskegee (1932–1972).
El Servicio de Salud Pública de EE. UU. observó durante 40 años la progresión de la sífilis en 600 hombres afroamericanos pobres del estado de Alabama.
Ninguno fue informado de su diagnóstico ni recibió tratamiento, ni siquiera cuando la penicilina ya estaba disponible.
El experimento se presentó como un estudio médico, pero en realidad era un acto de negligencia deliberada basado en prejuicios raciales.
Los médicos creían que los negros reaccionaban de forma diferente a las enfermedades venéreas, y usaron sus cuerpos como laboratorio.
El caso salió a la luz en 1972 gracias a la prensa, y provocó una indignación nacional.
Sin embargo, el daño ya estaba hecho: más de 100 hombres murieron y decenas de esposas e hijos fueron infectados.
En 1997, el presidente Bill Clinton ofreció una disculpa oficial en nombre del gobierno.
Aquel estudio se convirtió en símbolo del racismo médico institucional.
Segregación y racismo estructural tras la Segunda Guerra Mundial
Aunque el nazismo fue derrotado, el sistema estadounidense de segregación continuó intacto.
En 1948, el presidente Harry Truman recién ordenó la integración de las fuerzas armadas.
Las escuelas seguían separadas y las oportunidades laborales eran mínimas para afroamericanos y latinos.
Durante los años 1950 y 1960, el movimiento por los derechos civiles comenzó a desafiar ese sistema.
Casos como Brown v. Board of Education (1954) anularon la doctrina de “separados pero iguales”, pero la resistencia fue enorme.
Gobernadores y alcaldes defendían la segregación apelando a la “voluntad de los votantes” o a la “tradición”.

Detrás de ese discurso seguían latentes las mismas creencias eugenésicas: la idea de que las razas no podían convivir en igualdad porque tenían “capacidades distintas”.
La persistencia del miedo: comunismo, mestizaje y control social
Durante la Guerra Fría, el racismo adoptó un nuevo lenguaje.
El enemigo ya no era solo el “degenerado” o el “inferior”, sino el “subversivo”.
El miedo al comunismo se mezcló con la obsesión por la pureza cultural.
Los discursos anticomunistas solían incluir ataques velados contra los inmigrantes, los negros y los defensores de los derechos civiles.
En los estados del sur, los defensores de la segregación se autodenominaban “patriotas cristianos”.
Argumentaban que la integración racial era un plan soviético para destruir la nación.
Así, el racismo se reconfiguró como defensa de la libertad y la religión.
Las ideas eugenésicas también sobrevivieron en políticas de control natal y “salud reproductiva” dirigidas a mujeres pobres.
La organización Planned Parenthood, fundada por Margaret Sanger, había surgido originalmente del movimiento eugenésico.
Aunque luego cambió su enfoque, su origen estuvo vinculado a la idea de que reducir los nacimientos en “poblaciones problemáticas” era beneficioso para la sociedad.
La herencia en la cultura popular y los medios
En la segunda mitad del siglo XX, el racismo científico perdió legitimidad académica, pero continuó influyendo en la cultura popular.
Películas, programas de televisión y libros de texto siguieron reproduciendo estereotipos:
- Los afroamericanos como criminales o sirvientes.
- Los mexicanos como campesinos ignorantes.
- Los asiáticos como figuras caricaturescas o “enemigos invisibles”.
Hollywood contribuyó a reforzar una jerarquía racial implícita donde el héroe siempre era blanco, racional y occidental.
Las revistas científicas, por su parte, evitaban hablar de raza, pero seguían publicando estudios sobre “diferencias genéticas entre grupos poblacionales”.
El racismo había pasado de la ley al lenguaje, de la biología a la representación.
El despertar de la crítica: ciencia, ética y derechos humanos
La reacción comenzó en los años 1960 y 1970, cuando una nueva generación de científicos, médicos y activistas cuestionó abiertamente el legado eugenésico.
La creación de la Declaración Universal sobre el Genoma Humano y los Derechos Humanos (UNESCO, 1997) fue resultado de ese cambio ético global.
Los genetistas más influyentes comenzaron a reconocer el problema.
En 1972, el Nobel Richard Lewontin publicó un estudio demostrando que la variación genética dentro de cada grupo humano es mayor que entre grupos, destruyendo la base biológica del racismo.
En otras palabras: las razas no existen genéticamente, sino socialmente.

Sin embargo, la resistencia cultural fue lenta.
Los sistemas educativos y las estructuras económicas seguían reflejando desigualdades creadas siglos antes.
La genética moderna: entre la herencia y la ética
Con el avance del Proyecto Genoma Humano en los años 1990, resurgió el debate sobre la relación entre genética y sociedad.
Algunos temían un regreso del pensamiento eugenésico, ahora con herramientas más sofisticadas.
La posibilidad de detectar genes “defectuosos” o “no deseados” despertó fantasmas del pasado.
Los líderes del proyecto, como Francis Collins, insistieron en que el objetivo era comprender la diversidad humana, no jerarquizarla.
Pero la historia pesaba demasiado: la línea entre la medicina y el control social era frágil.
En los años recientes, debates sobre modificación genética, bebés diseñados o inteligencia hereditaria han reabierto las mismas preguntas éticas que la eugenesia planteó hace un siglo:
¿Quién decide qué vidas valen más?
¿Hasta dónde puede intervenir la ciencia en la naturaleza humana?
Reparación y memoria: reconocer el pasado
A partir de los años 2000, algunos estados comenzaron a reconocer oficialmente los abusos cometidos bajo programas eugenésicos.
Virginia, Carolina del Norte y California emitieron disculpas públicas y aprobaron compensaciones económicas para las víctimas.
Museos y universidades también revisaron su historia.
Cold Spring Harbor, donde funcionó el Eugenics Record Office, instaló una exposición permanente sobre las consecuencias éticas del movimiento.
Harvard retiró retratos y nombres de eugenistas de sus edificios, y la Smithsonian Institution organizó exhibiciones sobre el vínculo entre racismo y ciencia.
A nivel federal, Buck v. Bell (1927) nunca fue anulado, aunque se considera una aberración jurídica.
Su existencia recuerda que las leyes, por más modernas que parezcan, pueden perpetuar injusticias si se basan en prejuicios disfrazados de ciencia.
Las sombras del presente
Aunque las políticas eugenésicas fueron condenadas, sus ecos persisten en la sociedad contemporánea.
El racismo estructural, la desigualdad en la atención médica, la criminalización de la pobreza y la discriminación en el acceso a la educación son herencias directas de aquel pensamiento jerárquico.
Incluso en el discurso político moderno, expresiones como “mérito”, “adaptabilidad” o “superioridad cultural” funcionan a menudo como versiones modernas de la eugenesia:
formas elegantes de justificar la desigualdad naturalizada.
En el ámbito digital, los algoritmos de reconocimiento facial y análisis de datos replican sesgos raciales heredados de siglos de prejuicio.
Así, la ciencia sigue enfrentando el mismo dilema ético: ¿sirve para liberar o para clasificar?
Reflexión final: del laboratorio al espejo
El siglo XX demostró que las ideas pueden matar.
Las teorías eugenésicas, nacidas en universidades y laboratorios, terminaron justificando genocidios, esterilizaciones y discriminaciones masivas.
Estados Unidos no fue una excepción: fue uno de los epicentros de esa ideología.
Después del nazismo, el país intentó borrar su responsabilidad, pero el pasado nunca desaparece del todo.
Las mismas estructuras que sirvieron para legitimar la supremacía blanca —las instituciones, las leyes, los medios— siguieron operando durante décadas.

Hoy, mirar ese pasado no es un ejercicio de culpa, sino de autocrítica.
Recordar cómo la ciencia se usó para oprimir ayuda a prevenir que vuelva a ocurrir.
Porque el racismo moderno, al igual que el antiguo, rara vez se presenta con odio abierto: suele venir envuelto en estadísticas, políticas públicas y sonrisas respetables.
Mientras la humanidad siga buscando “mejorar” lo que considera imperfecto, el eco de la eugenesia seguirá sonando.
Y por eso, el espejo americano del nazismo no es solo una historia del pasado: es una advertencia permanente sobre el futuro.
Fuentes consultadas
- Wikipedia – Experimento Tuskegee
- The Guardian – Sobrevivientes de las esterilizaciones forzadas en California: «Es como si mi vida no valiera nada» (2021)
- National Public Radio – un registro de las miles de esterilizaciones en California (2016)
- United States Holocaust Memorial Museum – Eugenesia
- History.com – Experimento Tuskegee
- NIH – Eugenesia y racismo científico
- Wikipedia – Eugenesia en Estados Unidos
- National Archives – “Tres generaciones de imbéciles son suficientes” — El caso de Buck contra Bell

Deja un comentario